Celebrar la fe
Por: Raúl Sánchez K.
“El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; conviértanse y crean en la Buena Nueva” (Mc 1,15).
Una ruptura
El cristiano, librado del pecado por el Bautismo puede volver a pecar y de hecho peca, de modo que siempre necesita convertirse a Dios, con el que ha roto sus relaciones por el pecado mortal, o ha hecho que se enfriaran por el pecado venial.
Una lucha
“La vida nueva recibida en la iniciación cristiana no suprimió la fragilidad y la debilidad de la naturaleza humana, ni la inclinación al pecado que la tradición llama concupiscencia, y que permanece en los bautizados a fin de que sirva de prueba en ellos en el combate de la vida cristiana ayudados por la gracia de Dios.
Esta lucha es la de la conversión con miras a la santidad y la vida eterna a la que el Señor no cesa de llamarnos (cf Lumen Gentium, 40)” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1426).
La conversión
La palabra conversión expresa genéricamente un cambio o mutación, pero suele reservarse para un cambio a mejor y no a peor.
El Nuevo Testamento emplea, refiriéndose a la conversión, principalmente dos verbos: epistréfein, que connota el cambio de la conducta práctica, y metánoein, que lo hace al cambio o renovación interior. De ahí el sustantivo metánoia, dar media vuelta o conversión, íntimamente relacionado con aquello que signifique que la persona quiere dar un giro a sus pensamientos, entiende que ha cometido un mal y se arrepiente.
La llamada
Jesús llama a la conversión (cf Mc 1,15). Esta llamada es una parte esencial del anuncio del Reino.
“En la predicación de la Iglesia, esta llamada se dirige primeramente a los que no conocen todavía a Cristo y su Evangelio. Así, el Bautismo es el lugar principal de la conversión primera y fundamental. Por la fe en la Buena Nueva y por el Bautismo (cf Hch 2,38) se renuncia al mal y se alcanza la salvación, es decir, la remisión de todos los pecados y el don de la vida nueva” (Ibíd., 1427).
La segunda conversión
“Ahora bien, la llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la vida de los cristianos. Esta segunda conversión es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia que ‘recibe en su propio seno a los pecadores’ y que siendo ‘santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la renovación’ (Lumen Gentium, 8).
Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana. Es el movimiento del ‘corazón contrito’ (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia (cf Jn 6,44; 12,32) a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero (cf 1Jn 4,10)” (Ibíd., 1428).